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Una descarga

18.12.2014 22:42

La primera vez que vi a una persona con epilepsia, fue una tarde sobre la calle de Mar Mediterráneo, en Tacuba. Caminaba con mi padre. La mujer cayó sobre la banqueta enfrente de nosotros. Aproximadamente, a tres metros de distancia. Mi reacción, al ver las convulsiones, fue dar un paso hacia atrás por la sorpresa pero sirvió como impulso para brincar en su auxilio. No sabía qué hacer, ni aún hoy. Pero una pulsión me hizo intentar controlar su espasmódico cuerpo. Mi padre de inmediato me sujeto y separó de ella. La mujer salivaba en exceso. Unas personas adultas pasaron de largo con intención mal lograda de parecer indiferentes. Como si la mujer no existiera, como si fuera invisible. Solo una anciana, como siempre, acudió sin ningún prejuicio en su ayuda y colocó un pañuelo en la boca de la mujer.

-No mojaste las manos con su saliva, ¿verdad?- fue la pregunta de mi papá. Vi mis manos y negué con la cabeza.

-Porque es contagioso-, sentenció.

Por si acaso, restregué mis manos en el pantalón. No cuestioné la sabiduría paterna. Mi papá caminó con prisa y lo seguí. De hecho, no urgía llegar a un lugar. Era de las pocas veces que visitaba a mi padre y lo que menos deseaba era un conflicto.

Como mi padre vivía con su madrastra, pregunté por su mamá, mi abuela. Me dijo que murió allá, en su tierra, en Oaxaca, Matías Romero o Paso Guayabo, no recuerdo. Le dolía hablar de eso, lo noté en la respuesta.

Varios años después, por boca de mi madre, supe que la abuela paterna sufría de epilepsia o alguna “enfermedad” parecida que ocasionó su muerte. Fue al pozo una tarde por agua, llegó la crisis y la crisis. No volví a preguntar. Con el tiempo, a cada mención de las palabras ataque, epilepsia, convulsión, recordaba a la abuela materna que nunca conocí.

Mi segundo encuentro con la epilepsia ocurrió en la esquina de Mariano Escobedo y Marina Nacional. Esperaba el pesero de la ruta Chapultepec – Aragón, y una mujer cayó, de repente, junto a mí y empezó a convulsionarse expulsando por la boca espuma. Unos agentes judiciales circulaban en su auto, y con la sensibilidad desarrollada por su trabajo, esos hombres huelen las crisis, las descargas eléctricas, bajaron como si unos sicarios, mejores que ellos, los corretearan. Levantaron a la mujer y la llevaron a urgencias en la clínica del seguro social que se ubica en la contra esquina poniente del crucero. En ese momento sentí simpatía por ellos.

Hace poco, me entero que en México existen alrededor de dos millones de personas, entre niños y adultos, con epilepsia. Unos momentos antes de leer la nota en el periódico, la cual trata sobre una aplicación para que los enfermos, en un momento de crisis, puedan avisar a sus familiares, tomé la próxima lectura de los siguientes quince días. Electricidad es el título del libro y el autor, Ray Robinson. No acostumbro a leer la contraportada, ni las solapas hasta el final de la lectura. Incluso, me salto la mayoría de las veces las introducciones y los prólogos. Una vez finalizada la lectura, regreso a las opiniones de especialistas y solapas. Veo si pueden existir diferencias o empatías sobre el trabajo del autor. Ahí está el placer y, como correlato, el crecimiento. Me sorprendí. El personaje principal, Lily, padece epilepsia. Ray Robinson hace un compromiso con el lector, no da concesiones rosas. La narración nos descubre dos mundos, el de la enfermedad, y el de los territorios de una Inglaterra apenas exploradas por los medios masivos de comunicación.

El autor, sin previo aviso, descarga intensas escenas con relación a las crisis producidas por la enfermedad. Asimismo, la influencia de los personajes secundarios en la relación de Lily con su enfermedad.

Electricidad, es una descarga de la realidad que una vez finalizada la lectura, te sitúa en la justa dimensión de tu condición humana. 

Plasticidad

01.12.2014 10:31

Cuando murió el Chino de un certero balazo entre ceja y oreja. Aquel camellito, a paso rápido, cruzó la colonia sólo para detonar cerca del oído de la Chela, la novia del Chino, esa pistola extraída con rapidez de la chaqueta de mezclilla. La Chela, sorprendida, tapó sus oídos y lanzó una ruidosa carcajada como extensión de la detonación. Pensó que era un juego del camellito. Un palomazo opaco. Pero cuando la humedad penetrante, densa de la hemoglobina del Chino inició una caída lenta sobre su piel, el silencio llenó la garganta y la boca fue una horadación profunda de la incredulidad. La Chela vio al camellito guardarse el arma entre la borrega de la chamarra de mezclilla, mientras le decía, también en silencio, con el dedo índice de la mano izquierda en vertical sobre su boca, del camellito: calla boca. Para después decirle en voz baja: vendió donde no debía hacerlo. De cualquier forma, La Chela no podía escucharlo. Aún la sonoridad del disparo rebotaba por su cerebro como pelota compacta de caucho. La Chela aún no comprendía su repentina soledad ni la ausencia eterna del Chino. El camellito inicio el acostumbrado ascenso de la pendiente con cadencioso paso y sin voltear a ver su obra. Temía convertirse en estatua de sal. Esas creencias que transmiten las religiosas abuelas y las clases de literatura en la secundaria.

El camellito, cada vez que hacía una entrega por estas calles, oteaba los techos de las casas. Buscaba en las cimas de las bardas sin repellar de esta colonia que parece zona de guerra hasta encontrar mi estoica postura de vigía del caos. Aunque no lo crean, han arribado de tierras lejanas a filmar películas por estos lares. Al momento de detectar mi plástica anatomía, el dedo índice de su mano izquierda simulando un cañón de arma ligera y con el brazo extendido, me señalaba hasta el preciso momento que pasaba frente a mí. Después seguía su camino, siempre erguido, derecho y mirando al frente con una espléndida sonrisa. Parecía personaje de comercial. Yo, también admiraba su plasticidad y discreción. Vestía ropa limpia, no pulcra, sólo limpia y en orden. Siempre pantalón de mezclilla que le podía durar limpio hasta dos semanas debido a que el planchado lo auxiliaba con cera para mantenerlo permanente. Media bota van vien con su respectivo baño de jabón de calabaza. Camisetas de colores firmes, no pálidos y apenas entalladas en su atlética figura. La azul marino era mi favorita. A su color moreno claro le daba un aire de clase mediero recién estrenado en el estatus.  Una sólida figura vertical, un monolito andante, una referencia de la colonia. Así lo dictó el tiempo.

 He visto a muchos niños crecer, ir a la escuela y abandonar estos lares como sus padres hicieron lo propio: abandonar el campo para instalarse en estas pendientes deforestadas por la autoridad. Pero el camellito, hasta la fecha ha sido fiel a sus orígenes. También fue a la escuela. Hubo una gran fiesta en la cima de la calle cuando finalizó la licenciatura. Aún ese día y, a la fecha, mantiene la sobriedad y no sucumbió a los sueños con los que trafica. Pasa por la pendiente con un auto nuevo y aún me busca. Ahora siempre lo acompañan tres hombres más viejos que tampoco niegan su origen ni su historia. El camellito tiene una historia más inteligente. Pero algo les dice sobre mí. Transitan y los cuatro me buscan y hacen la señal de darme un tiro. Ahora son armas de verdad las que me apuntan. Cada vez, me muevo con más lentitud y temo que hagan efectiva la advertencia. A pesar de que estoy convencido de que ellos, sus tres acompañantes, dejarán muy rápido esta ignominia conocida como tierra mucho antes que yo. Sé que estoy en las últimas. Una virtud reconocida por todo el mundo desde tiempos inmemoriales, es mi paciencia. Hasta el camellito ese, el repartidor de quimeras, respeta esa cualidad.

  Algunas veces me escondo tras una trabe o en los terrenos baldíos para que desaparezca su sonrisa, para tenerlo preocupado todo el día o la tarde o los tres o cuatro días que desaparece de esta ladera. En esos días, pasa una mujer de andar felino y deja comida junto al crecido pasto de unos de los lotes baldíos. Parece que tiene el encargo de no irse hasta que me acerco al plato y empiezo a comer. Sus caricias ayudan a la digestión. Las primeras veces lo hacía con asco. Apenas me tocaba, como si yo fuera cable de alta tensión. Creo que después lo hizo con más confianza porque vio como me acicalaba con la lengua o porque teníamos también algo en común, la plasticidad. Ella, aún con sus zapatos de tacón alto, tiene movimientos ligeros ágiles, no parece gallina espinada. Cuando calza zapatos bajos o tenis, desplaza la corporeidad entre el éter como si fuera su propia esencia. La señora de la tortillería no la tolera. La ve con envidia y coraje entripado. Antes le hacía la plática porque siente simpatía por el camellito. Pero desde que le preguntó por mí, y empezó a darme de comer y atrevió a pasar sus tersas manos sobre el lomo, dejo de saludarla. Rocío, mostró carácter, cogió tres tabicones de una construcción abandonada e improvisó un asiento con cojín que bajaba de la camioneta. Siempre trajo limpio mi traste. Abría la lata, la vaciaba y dejaba la comida a la sombra. Ella espera en la camioneta, siempre leyendo la colección vaquera de Marcial Lafuente. Cuando me acercaba a comer, era más rápida que una gata, al primer lengüetazo, mezclaba el olor de su perfume con el olor del alimento y su mano ya estaba sobre mi cabeza.

Al poco tiempo, el camellito desapareció. Ella, Rocío, dejó de venir y el hambre me obligó a rondar y abrir las bolsas de basura a la poca luz de la noche. Por cierto, ¿cómo podrá un gato con mi linaje decir a las autoridades que hace falta luz pública? Digo, la tortillera paga sus impuestos.

Después de unos meses, Rocío regresó con todos los utensilios y la comida. Bajé la barda un poco lento y me acerqué con desconfianza. Cogió mi esquelética figura con un arrebato amoroso. Abordamos la camioneta y llegamos a un velatorio de la colonia. Vi al camellito sentado en un sillón negro, luido por el movimiento incómodo del duelo. De inmediato se levantó. Besó a Rocío y me tomó en sus brazos. Te vas con nosotros, vamos sentar cabeza. Rocío le mostró un par de pasaportes y una hoja con mi permiso para viajar. Se acercó al féretro y los tres vimos el rostro de La Chela. También se quiso pasar de lista. Tomamos un taxi. Observé con nostalgia la camioneta.

Ver

24.11.2014 11:43

 

  La calle está llena de ojos, de asombros. A unos los vemos porque brillan, a los otros, los opacos, porque están ahí de testigos. Forman parte del paisaje. Nadie los niega, pero la indiferencia atormenta su escandalosa mirada.

            Otros llevan lentes oscuros o espejados de diversos colores. Son unos cobardes. Esconden sus intenciones y te provocan para después, una vez que los retas a sostener su cara directa a ti, realizar un breve movimiento para decirte que no hay pedo contigo. Reconocen tu valor o ira por la cotidiana ignominia. Pero persisten en bajar las tonalidades intensas de la realidad. Será moda o la persistente imagen del galán o judicial o mafioso o militar, dueño de su futuro. Algo esconden o no quieren adquirir responsabilidades. Ver, provoca miedos, reacciones y enfrentarlos implica estar seguros de quienes somos y qué queremos si lo conseguimos.

            Mis ojos no son espejo de mi alma. Todo mundo me sonríe con afecto fraternal estudiado en un curso de superación personal o de miserables ejecutivos de bancos. Están a punto de extender su mano para que nuestros dedos abrasen a sus semejantes en un acto de paz como una mentira inmemorable que sólo un discurso para una academia vino a develar. Por mi parte, pienso en un kote gaheshi circular, firme, fluido para proyectar al uke de ocasión contra el viento y hacerlo llegar a su dura realidad.

Miento con los ojos. No necesito ver al suelo, hacia el flanco derecho o izquierdo, hacia arriba a la derecha o la izquierda. A cada semejante lo veo de frente. Saludarlo con una leve extensión de los labios o movimiento de cabeza o de mano, refirma mi condición, soy un igual pero diferente. Fortalece la historia de mis abuelos.

Hoy, nadie se quita la gorra ni los lentes oscuros para saludar. Hasta se sientan a la mesa a comer con la gorra puesta y los lentes oscuros. Nadie es franco, todos mienten. Ocultan algo. Bueno, hasta los bancos, los dueños de este miserable mundo, le temen a los gorrones y los galanes.

Negamos la mirada del mundo. Nos hemos vuelto cobardes, huidizos, títeres de nuestros miedos. Hemos dejado de ver. El autoritarismo cumplió su objetivo, el terror ha llegado para quedarse. Por ello nos escondemos y deseamos intimidar al mismo tiempo. Contradicción, como instrumento de supervivencia.

Nos enfrentamos a los cristales negativos, no develamos el futuro juntos. Desconfiamos del otro, olvidamos al otro, a nosotros. Hemos negado nuestra condición de humanos. Las bestias se han entronizado.

Día soleado

04.06.2014 22:32

Unté crema bloqueadora de rayos ultravioleta en brazos, cuello y cara. Hace quince años el sol era más considerado con nosotros, calentaba. Hoy, al exponerme a su burla, pienso en el nerviosismo que me altera ante el pescado friéndose en aceite. En la impotencia de los muertos de no salvar su pasado.

Una gorra de béisbol azul se ha convertido en una prenda de vestir, si así se le puede llamar, imprescindible para todo aquel que enfrenta esta Cómala moderna.

Caminar rápido para evadir la muerte provocadora del sol, de las miradas titubeantes de los envidiosos y mujeres maduras deseadas por todos. Caminar más rápido y ganarle a la luz, imposible. La idea, el deseo de no asarse acelera la fusión con el chapopote amansado por el hombre desde los fenicios. Llego a la pequeña sombra de ese monstruo dueño de nuestro espacio urbano, el edificio. El engaño de la perspectiva, también es un oficio del sol, de su mano, la luz.

Sofocado porque somos muchos sin rumbo, porque mi padre se llevó la brújula cuando murió. Porque no me dijo el lugar del norte. Mi abuela materna, en su lugar, de mala gana, apenas me enseñó a leer los colores, los círculos lunares. Así aprendí: los próximos días serán calurosos, fríos, las enfermedades cortarán nuestros cuerpos y darán ganancia a las farmacéuticas. Así, atino por intuición la dirección correcta.

Sofocado porque no tengo el oleaje de tus caderas sobre mis aguas, espejismos nublan mi entendimiento por no saciarme la sed con tu voz en este Bolsón de Mapimí.

Mi verticalidad mimetiza el esqueleto rígido, sólido de las nuevas torres babélicas de la modernidad. Mis uñas intentan grabar en sus paredes el recuento de los daños provocados en mi existencia, para que leas, cuando obedezca a la sabiduría de la muerte, todo lo que grabé en tu cuerpo en la hora que lo pediste y el deseo despertaba en las madrugadas y a media mañana.


Ahora, espero verte en esta masa que reclama su existencia. Brazos en alto. Busco tu voz en ese tumulto, en la cacofonía del hartazgo. Alucino tu desesperanza. El calor agobia. Dejaste el orden de la marabunta porque los hombres te hemos mentido. Pero estoy aquí, a la sombra de estos árboles de concreto para reivindicarme en tu cuerpo. No puedo más. La soledad me toma del brazo y el sol nos calcina.

Desvanecimiento

29.12.2013 22:21
 

 

El pasado veinte de diciembre asistí a una marcha convocada por Epigmenio Ibarra (productor y periodista), John M. Ackerman (profesor e investigador de derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México y colaborador del diario La Jornada y la revista Proceso) y por el periodista Julio Hernández López (autor de la famosa columna Astillero publicada en el diario la Jornada y director de La Jornada San Luis), entre otros

Antes de iniciar la marcha, la cual estaba convocada para las 16:00 hrs., y que partió desde el monumento al Ángel de la Independencia con casi una hora de retraso, rumbo al Zócalo, que era el objetivo inicial y que por medidas de seguridad para los participantes, decidieron los organizadores finalizar frente al Palacio de Bellas Artes, se fueron integrando personalidades reconocidas en el medio del teatro, la televisión, así como analistas políticos, historiadores y colaboradores del diario La Jornada. Asimismo, durante el trayecto más personalidades y sociedad civil que voluntariamente, asistieron con el objetivo de manifestar su descontento con las reformas estructurales aprobadas por diputados y senadores y la violencia que impera en el país, fueron sumándose al contingente.

Entre las personalidades del medio académico, de la comunicación y político, destacan Lorenzo Meyer. El gusto para el que suscribe fue grato. Ya que tuve la fortuna de ser presentador de su libro Las raíces del nacionalismo petrolero en México. Además de haber leído algunos de sus trabajos publicados. Por un falso pudor, no me acerqué a saludarlo ni recordarle de nuestro encuentro en alguna universidad con el objetivo ya descrito. También fue grato el recibimiento que le prodigó John M. Ackerman. La marcha parecía tener buena travesía. También presagiaba buenos resultados. Las personalidades mencionadas así como algunos, para mí, desconocidos, sostenía la manta frontal de la manifestación de los que aún estamos vivos.

Sin embargo, Lorenzo Meyer se fue desvaneciendo. Mientras avanzábamos, los pasos del historiador y analista político, fueron cada vez más mesurados y parecía que caminaba hacia atrás. Pasó junto a mí y la tentación de saludarlo fue reprimida por mi ego. Mucho menos le iba pedir que nos tomáramos juntos, una foto. Aproximadamente, cada diez pasos, giraba mi cabeza hacia atrás y para corroborar como se desvanecía entre la gente su  bonachona figura. Pensé, como dijo mi tía aquel día en que mi prima tardó más de lo acostumbrado en regresar de las tortillas: este arroz ya se coció.

Llegamos al palacio de Bellas Artes. Discursos de Julio Hernández, John M. Ackerman, Daniel Jiménez Cacho y la doctora Irma Eréndira Sandoval Ballesteros e Epigmenio Ibarra. Un programa de nueve meses, marcha el día 18 de cada mes, durante los nueve meses y la conformación de un congreso popular (John Ackerman). Bueno, por lo menos una propuesta. Pero el desvanecimiento de Lorenzo no me dejó tranquilo.

Poco después, a través de las twitter, me entero que Julio Hernández no está de acuerdo con una consulta, ni las marchas, ni el programa de los nueves meses. Dice que el #posmesalto es  un referente de las acciones que los ciudadanos debemos considerar. La imagen de Lorenzo se ha desvanecido. De tarea

Por la historia

09.09.2013 13:33

El conflicto en que está inmersa la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que hoy ocupa las calles, los medios masivos de comunicación y los no tan masivos, tiene un trasfondo que algunos despistados detractores del movimiento no ven: desaparecer, por completo, las prestaciones salariales y los derechos laborales históricamente ganados. Este es el objetivo fundamental del neoliberalismo.

Después de la caída del “socialismo real”, el capitalismo encontró libre el camino para hacer pedazos los derechos laborales. El “paraíso socialista” sucumbió ante la corrupción y falta de imaginación, pero dejó a las organizaciones sindicales occidentales en la indefensión y por cierto, con muy poca imaginación. Aquí muchos saltarán, tolete en mano, enarbolando una tesis del neoliberalismo: los sindicatos son un lastre para el crecimiento económico de las naciones, ¡contra ellos! Bueno, contra los sindicatos que protestan y si defiende los derechos laborales de sus agremiados. De una vez aclaro, estoy hablando de los sindicatos que no se coluden con el patrón, sea este privado o gubernamental, y exigen a los propios cumplir con sus obligaciones. Si los hay, hasta en cooperativas exitosas y buenos competidores en el ámbito cultural, económico, político y social se han convertido.

La pérdida de las prestaciones salariales y derechos laborales, lo que con sangre y muerte hombres, mujeres y niños consiguieron, los sindicatos corporativistas aliados del gobierno y los dueños del capital financiero quieren borrar de la memoria colectiva, con el objetivo de lograr la competitividad deseada para lograr el tan ansiado crecimiento económico (el desarrollo poco les importa). Entonces las tesis marxistas sobre explotación de los trabajadores son verdaderas. ¿Sobre qué fincaron sus grandes fortunas J.P. Morgan y Rockefeller? ¿Sobre qué descansa la competitividad de los chinos? ¿Por qué los empresarios norteamericanos, que son los que realmente gobiernan Estados Unidos, eliminan cada vez más prestaciones salariales a sus propios ciudadanos? Falta que muchas personas se informen al respecto. De tarea

Con ese aval

25.04.2013 10:15

Por si existía alguna duda sobre los intereses que están involucrados en las reformas aprobadas y por aprobar en el signado Pacto por México, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Cristine Lagarde, prácticamente, dio el aval, al gobierno de Enrique Peña Nieto para llevarlas a efecto sin que le tiemble la mano.

La reforma laboral, por ejemplo, flexibilizará la contratación de la mano de obra. Ya sea calificada o no. Los patrones pondrán precio a la de por si devaluada por la oferta,  fuerza de trabajo. La publicidad oficial  argumenta que un ama de casa podrá trabajar unas horas para contribuir a incrementar el ingreso familiar. Eso dice el nuevo Partido de la Revolución Institucional (PRI). Sin embargo, Miguel de la Madrid Hurtado, curiosamente también con aquellos famosos Pactos de Solidaridad Económica (PSE), que derivaron posteriormente, en el famoso Pacto de estabilidad y crecimiento económico (PECE), llegó a decir que ahora todos los miembros de una familia tendrían la oportunidad de trabajar y de esa forma fortalecer el ingreso familiar. Era la cimiente del actual modelo económico En otras palabras, los salarios se mantendrán bajos (que ahí reside el secreto de la productividad de los países en la eterna vía del desarrollo) y por lo tanto, es necesario que todos los miembros de la familia trabajen. Aunque el discurso oficial diga que lo que hace falta es la inversión extranjera para poder lograr la tan ansiada competitividad económica. La alta rentabilidad del capital está en que tan baratos están los otros factores de la producción: mano de obra y materias primas. Para fortalecer lo anterior, los recursos naturales (Monsanto y mineras canadienses haciendo de las suyas en el campo mexicano) y energéticos, están entregándose a las transnacionales. Ni hablar del sector educativo. Cada vez son menos las oportunidades de acceder a la educación pública.

En honor a la verdad, al releer lo dicho por Cristine Lagarde, parece que lo dice asombrada, hasta con ironía. Porque también puede interpretarse como: está viendo lo que pasa en España y se atreve a llevar efecto esas reformas. Eso sí es ser valiente. Ni hablar, Cristine no fue específica y la realidad nos está despedazando. De tarea.

Las contradicciones como tsunami

16.04.2013 12:24

El Fondo Monetario Internacional (FMI), no da pie con bola. Las famosas contradicciones del sistema capitalista están llegando a punto sin retorno. El gobierno español, por ejemplo, ha demostrado total desprecio por los ciudadanos en paro y las muertes causadas por los desahucios inmobiliarios. La realeza ha puesto en evidencia su medieval posición parasitaria y corrupta. Los cuadros políticos de los partidos políticos españoles, apenas alcanzan a comprender la dimensión del problema. 

Por su parte, los portugueses, con una tasa de desempleo del 18%, se han manifestado por todo el país rechazando las políticas de ajuste al más puro estilo fondomonetarista: recorte del gasto público, principalmente en los rubros de salud y educación. Por casualidad, como en toda Europa, casi el 40% de los desempleados son jóvenes con menos de cuarenta años de edad. Están en la etapa más productiva de su vida. Visto desde la perspectiva del capitalismo.

En Chile, también los jóvenes, han tomado las calles nuevamente para exigir que la educación deje de ser una mercancía y convertirla en un derecho fundamental del hombre. En la tierra del Neruda recién exhumado, la edad de los protestantes oscila entre los quince y veinticinco años. Sólo piden escuela gratuita y de calidad. Desean que se les forme, no que se les capacite.

Acá, en México, los problemas de los jóvenes no son minucias. Por ejemplo, el acceso a las universidades es limitado. Sólo el 10% encontró lugar en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Y el acceso al Instituto Politécnico Nacional (IPN), anda por el mismo porcentaje. Además, la transferencia del empleo formal al informal creció en un 60%. El porcentaje de desempleo en los jóvenes es el 10%. Y la edad oscila entre los 15 y los 24 años. Se entiende entonces por qué el alto índice de suicidios entre sector de la población. Esta son las contradicciones del neoliberalismo. Economía pura, no la de los manuales. Querido lector, la racionalidad económica dice: hacer más con menos (eficiencia). Es la lógica del capital. ¿Pagarán las transnacionales salarios dignos? ¿Darán certidumbre digna a los jóvenes? Lo dudo. Los jóvenes tienen la palabra. No podemos quedarnos como espectadores. De tarea.

Otra prespectiva

09.04.2013 13:01

La realidad está por encima de la retórica. Existen miles de edificios habilitados como escuelas para llevar a cabo el proceso de enseñanza aprendizaje. Son edificios que han cumplido con su vida útil; construidos con el objetivo preciso de convertirse en centros de enseñanza. La mayoría de ellos están deteriorados y no cumplen con las normas físicas para el mencionado proceso. Carecen de luz diurna y luz artificial adecuada; asimismo de ventilación, sanitarios. En pocas palabras, existe la ausencia de una infraestructura acorde a las nuevas necesidades espaciales y ambientales permisibles en la relación conocimiento-docente-estudiante. Estamos hablando de estas instituciones ubicadas en los centros urbanos. Cabe aclarar, que no es privativo de las escuelas públicas, muchas escuelas privadas compiten en deterioro físico con las públicas. Probablemente, a eso le llaman  competencia leal.

            Por otro lado, existen los espacios que no cuentan, literalmente, con las instalaciones mínimas necesarias para realizar la actividad interactiva entre profesores y alumnos y entre estos y el conocimiento. Muchos de estos lugares, improvisados en su mayoría y registrados tanto en la Secretaría de Educación Pública (SEP), en el Gobierno estatal, municipal, así como la instancia correspondiente en el Distrito Federal y delegacional, como escuelas. Es decir, llevan a cabo uno de los procesos más nobles del hombre: transmisión de conocimiento como Epicuro, en el jardín (entre llanos y polvaredas).

            El problema del proceso enseñanza aprendizaje, es mucho más que meter a la cárcel a una líder sindical. Los ingenuos que vociferan a los cuatro vientos esta tesis, es necesario que reflexionen sobre cómo han aprovechado las enseñanzas recibidas y de quiénes. La líder no hace escuelas, no hace a enseñanza, tampoco crea de la nada la vocación de muchos docentes. Muchos profesores, así como muchos de nosotros, ya están hartos de la líder y compinches, de los políticos y empresarios que sólo piensan en dinero (cliente), antes que formar ciudadanos críticos y responsables. También hartos de condiciones laborales indignanates. Ahí está la prueba y no muy lejos del D.F., las condiciones en que se imparte el conocimiento a nivel primaria. De tarea.

Discursos del fondo y la receta

05.04.2013 21:32

Hace unos días, en la clase de macroeconomía, al platicar sobre el problema de los subsidios, uno de los alumnos más inquietos y participativos propuso que se quitara el subsidio a los energéticos, que solo beneficia a los más ricos. Agregó, el sistema de pensiones es un problema que ahoga las finanzas públicas. Cuando quise intervenir, una alumna se me adelantó y preguntó a su compañero que ostentaba una sonrisa de campeón de Wimbledon: ¿ya revisaste el recibo de luz que envía la Comisión Federal de Electricidad (CFE)? -No, pues no! ¿Para qué? Mi papá es quien paga la luz –se auto contestó la muchacha con ademanes de mujer que llega al supermercado o tienda de autoservicio y encuentra el precio del huevo arriba de los treinta pesos el kilo. Checa tu recibo, continuó. Verificaras que no sólo los ricos se benefician de los subsidios. Notarás que el subsidio es alto y eso repercute en la demanda agregada. Por lo menos, debido a ello, tienes para los peseros, que aquí en el Estado de México son caros y con un pésimo servicio. Quienes deberían de pagar a tiempo sus deudas de luz, son los gobiernos municipales, los federales y, por supuesto, los amantes del libre mercado o mejor dicho, los beneficiarios del mismo: las grandes empresas y monopolios privados. En este sentido, estoy de acuerdo contigo, que paguen los que quieren entrarle al ruedo de la competencia. ¿A poco el torero cuando entra al ruedo pide que le dopen al toro para poder hacer la faena? No, por supuesto, él entra a jugarse la vida. Así como tienen exenciones fiscales, que la clase media no tiene, así deberían de pagar su luz, su diesel, su gas. Pues quieren libre mercado y menos intervención del Estado en la economía. Quieren que se aplique la receta de los clásicos, que se aplique. O todos hijos o todos entenados. La racionalidad económica establece que el hombre actúa con el objetivo de obtener el mayor margen de beneficios al menor costo. En otras palabras, la famosa eficiencia económica: hacer más con menos. Sin embargo, la receta está hecha para aplicársela a los más débiles o los políticamente correctos o a los ciudadanos ejemplares: a los que dejan hacer y dejan pasar. ¿No es cierto? Usted, ¿qué opina maestro? Pues, de tarea.

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