Ver

24.11.2014 11:43

 

  La calle está llena de ojos, de asombros. A unos los vemos porque brillan, a los otros, los opacos, porque están ahí de testigos. Forman parte del paisaje. Nadie los niega, pero la indiferencia atormenta su escandalosa mirada.

            Otros llevan lentes oscuros o espejados de diversos colores. Son unos cobardes. Esconden sus intenciones y te provocan para después, una vez que los retas a sostener su cara directa a ti, realizar un breve movimiento para decirte que no hay pedo contigo. Reconocen tu valor o ira por la cotidiana ignominia. Pero persisten en bajar las tonalidades intensas de la realidad. Será moda o la persistente imagen del galán o judicial o mafioso o militar, dueño de su futuro. Algo esconden o no quieren adquirir responsabilidades. Ver, provoca miedos, reacciones y enfrentarlos implica estar seguros de quienes somos y qué queremos si lo conseguimos.

            Mis ojos no son espejo de mi alma. Todo mundo me sonríe con afecto fraternal estudiado en un curso de superación personal o de miserables ejecutivos de bancos. Están a punto de extender su mano para que nuestros dedos abrasen a sus semejantes en un acto de paz como una mentira inmemorable que sólo un discurso para una academia vino a develar. Por mi parte, pienso en un kote gaheshi circular, firme, fluido para proyectar al uke de ocasión contra el viento y hacerlo llegar a su dura realidad.

Miento con los ojos. No necesito ver al suelo, hacia el flanco derecho o izquierdo, hacia arriba a la derecha o la izquierda. A cada semejante lo veo de frente. Saludarlo con una leve extensión de los labios o movimiento de cabeza o de mano, refirma mi condición, soy un igual pero diferente. Fortalece la historia de mis abuelos.

Hoy, nadie se quita la gorra ni los lentes oscuros para saludar. Hasta se sientan a la mesa a comer con la gorra puesta y los lentes oscuros. Nadie es franco, todos mienten. Ocultan algo. Bueno, hasta los bancos, los dueños de este miserable mundo, le temen a los gorrones y los galanes.

Negamos la mirada del mundo. Nos hemos vuelto cobardes, huidizos, títeres de nuestros miedos. Hemos dejado de ver. El autoritarismo cumplió su objetivo, el terror ha llegado para quedarse. Por ello nos escondemos y deseamos intimidar al mismo tiempo. Contradicción, como instrumento de supervivencia.

Nos enfrentamos a los cristales negativos, no develamos el futuro juntos. Desconfiamos del otro, olvidamos al otro, a nosotros. Hemos negado nuestra condición de humanos. Las bestias se han entronizado.