Esas, aún, tierras lejanas.

17.06.2015 16:28

Esas, aún, tierras lejanas

El primer libro que leí de un autor ruso fue Crimen y castigo (Fiódor Dostoievski). Libro que solicito lean los alumnos de la materia de historia económica para analizar la usura. Después vino El jugador del mismo autor y con este, platicamos un poco sobre la ludopatía. Al poco tiempo, leo Taras Bulba del ucraniano Nikolái Gógol y veo la película con el mismo nombre (J. Lee Thompson, 1962). Que, en honor a la verdad, sigo pensando que en la película invirtieron los nombres de los personajes. Y todo esto coincide con la película proyectada en dos sesiones por canal 11, Siberiada (Andréi Konchalovski, 1980). Una vez vista, no quise ver cine por un tiempo. Quise disfrutar el épico sabor de esa obra maestra. A todos mis amigos y conocidos les hablé de estos descubrimientos. No faltó, para redondear, quien me recomendara Archipiélago Gulag (Aleksandr Solzhenitsyn). Libro que me ayudó a no ser tan ortodoxo en cuanto a mi formación ideológica. Yo andaba por los veinte años de edad. Sino que desastre.

Este tipo de contacto con los libros y películas por coincidencia, sobre una región o tema en específico, ha sido una constante en mi vida. Por ejemplo, cuando también adolescente empecé a correr, compré un paquete de libros de editorial Bruguera que ofertaba la entrañable librería la Parroquial en Clavería, y en el paquete venía La soledad del corredor de fondo (Alan Silliote) y, también en canal once, veo por esos días la película de Tony Richardson (1962), basada en el libro. Pura coincidencia.

Pero regreso a un tema que quiero compartir con ustedes. Leí hace unos años una nota periodística sobre la mafia rusa. Y decía: si alguien con el suficiente dinero desea invertir en un tugurio de buen nivel para hombres, aquí en México, es necesario primero, pedir permiso a la los mafia rusa antes que a gobernación. Me pareció una exageración. No obstante, al ver los alcances de las mafias con relación a la prostitución infantil, trata de blancas, tráfico de órganos, no puedo más que aceptar una realidad que acecha como un tigre siberiano a su presa.

Al poco tiempo de leer la nota, la película Promesas del este (2008), del gran cineasta David Cronenberg, desfila ante mí. Era un respiro ante tanto bodrio gringo sobre mafiosos donde Hollywood exhibe a unos extranjeros culpables de sus males (al momento de escribir esto, un prototipo de la xenofobia llamado Donald Trump, se postula como candidato a la presidencia de los Estados Unidos). Y no porque sea de Cronenberg, pero la película hace una espléndida narración de las operaciones y relaciones filiales al interior de estas organizaciones. Así como los ritos de fidelidad por los que tienen que pasar aquellos candidatos o postulantes voluntarios que desean formar parte de la “familia”. Además se ocupa, de una zona geográfica que apenas es conocida por los jóvenes y no tan jóvenes mexicanos. Por cierto, no está mal la propuesta de obligar a los estudiantes universitarios, como lo fue un tiempo en la primaria, revisar todos los días un mapamundi. Y ni hablar de la condición humana descrita en la misma.

Un tema interesante son los tatuajes. Son parte de la formación de los integrantes de esta mafia. No se escribe en el cuerpo por moda, se escribe en el cuerpo por un sentido de pertenencia. Dice Serrat “amor no es amor sino se puede escribir en la piel”. Ni hablar, para pertenecer al grupo hablarán los hechos. Y esto me hizo recordar el trabajo de Nikolái Lilin, Educación siberiana, donde los tatuajes son una historia de vida (por cierto, no he visto la película). Acá tenemos a los maras salvatruchas como ejemplo. El tatuaje es una condición. Es una extensión de los ordenamientos castrenses. El tatuaje sustituye a la insignia militar. El libro de Lilin, hace del tatuaje un hilo conductor, un vaso comunicante entre la vida personal y la comunidad a la que perteneces. Muestra el mundo desconocido de los desplazados por el régimen soviético y sus implicaciones políticas, económicas y sociales.

Rusia, país que nunca ha dejado de tener un papel relevante en la geoeconomía y geopolítica (actualmente, la vemos formar parte del grupo BRICS,  que está imprimiendo otra forma de hacer política y economía global), realmente, es desconocido, al menos por estos lares. Sólo las obras las épicas obras de Dostoievski, Gógol, Gorki, Tolstói son referntes de una Rusia mítica.

Otro ejemplo de ello, es el trabajo, ahora que está de moda la novela histórica, del escritor y periodista James Meek, Por amor al pueblo, quien hace un recuento de la vida en las tierras olvidadas tanto por los Romanov como por revolucionarios bolcheviques. Esas comunidades de religiosos castrados, a los cuales también alude Dostoievski en el Idiota, las prisiones siberianas controladas por el ejército ruso y que después de mucho tiempo los revolucionarios atienden. La emigración, nuevamente, hace acto de presencia en este trabajo. Los soldados que desean regresar a sus pueblos y las comunidades desplazadas por los conflictos o la necesidad de tener un lugar estable y seguro. Los personajes son hombres y mujeres con una convicción muy firme de lo que desean en la vida y son capaces de llegar a las últimas consecuencias, no importa el clima ni las circunstancias, no cejarán en su intento por lograrlo. En estas latitudes, no existen los finales felices porque no caben. Solo prevalece la continua lucha por vivir, por dejar una huella, por mostrar que somos una consecuencia de nuestros deseos. Libros notas y películas llegaron en un breve curso de tiempo sobre un tema. Mera coincidencia.